Sirenas en la niebla by Ana María Alcaraz Roca

Sirenas en la niebla by Ana María Alcaraz Roca

autor:Ana María Alcaraz Roca [Ana María Alcaraz Roca]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Narrativa
publicado: 2016-04-14T22:00:00+00:00


XII

Todo se descoloca

En cuanto se levantó leyó la prensa matutina. No aparecía ninguna reseña referida a la exposición de Hunter. Se quedó muy extrañada. Estaba segura que no se había confundido en la fecha. Solicitó permiso a su madre para dar un paseo en coche y dio al cochero la dirección de la galería de arte. Sobre la puerta del establecimiento, figuraba un cartel: «Clausurada». Se estremeció ante esta circunstancia. ¿Qué habría sucedido? Regresó a casa y pidió a Mary que la acompañase al estudio del pintor.

—Te espero paseando. Sube. Si está en casa, me haces una señal y te llevas a la portera. Toma dinero para que la invites a una pinta.

En cuanto Hunter le abrió la puerta se arrojó en sus brazos.

—¿Qué ha sucedido, querido? ¿Por qué han clausurado la exposición?

—Mi marchante me lo ha explicado esta mañana cuando nos hemos entrevistado. Me extrañó no encontrar ninguna reseña en la prensa a pesar de que todos los periódicos habían enviado reporteros. Yo mismo pude comprobar el éxito de la misma. El público asistente fue numeroso y escuché muchas alabanzas a mi obra. En principio la exposición parecía un éxito. Muchos de los caballeros presentes, la mayor parte de ellos marchantes de arte, mostraron gran interés en la adquisición de alguno de los lienzos.

—¿Entonces?

—El asunto sucedió como sigue: un hombre bien trajeado se presentó cuando ya estaba a punto de cerrar la sala. Observó todos los cuadros con mucha atención. Después le preguntó al galerista si conocía la identidad de la modelo de los lienzos. El dueño del establecimiento no le proporcionó ningún dato. Tampoco sabía nada. Mi marchante entró en aquel momento y pergeñó una explicación que no debió convencerlo pues el caballero, antes de marcharse, exclamó airadamente: «Estos cuadros no pueden ver la luz. No pueden ser vendidos, me traerían la desgracia. Además, dudo de su historia». A continuación le ofreció una cantidad sustancial de dinero al galerista y lo amenazó con la ruina si se atrevía a reabrirla. Añadió que nos lo repartiéramos como gustásemos. Después exigió la lista de los periódicos cuyos representantes habían asistido y se marchó, probablemente a visitar las diferentes sedes de los medios de comunicación y sobornar a los redactores en un intento de evitar que se publicasen las reseñas correspondientes.

—¿Tu marchante no ha podido impedirlo?

—No depende de él, sino del galerista. No sé atreve a desafiar a ese hombre. Podría significar su ruina definitiva.

—¿Qué vas a hacer ahora, James?

—Sólo me queda un camino: marcharme. He comenzado a empaquetar los cuadros, unos los enviaré a Oaks Cottage, otros permanecerán en el almacén de la galería. Mientras, acabaré el encargo. Con el dinero que he percibido (mi representante sólo se ha quedado con una comisión, y al galerista le hemos pagado lo acordado más una suma adicional para compensarle) no dispongo de los fondos suficientes para intentar exponer en el continente. Me estableceré en algún pueblecito del sur de Francia o Italia, la vida allí es más barata. Probaré suerte.

—¿Qué va a ser de nosotros?

—Si quieres esperarme, continuaremos con lo previsto.



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